"Hay veces que lo bordas, y veces..."
Fotos, canciones, cosas.
Mis fotos, mis canciones, mis cosas.
Tus fotos, tus canciones, tus cosas.
A veces se me olvida que sólo soy espectador, a veces las canciones se convierten en ceniza"
Las vistas desde esta ventana no siempre han sido las mismas. Y mirar lo de ayer con ojos de hoy suele ser el objetivo idóneo para perder la perspectiva.
Pero es que las vistas últimamente son tan bonitas y tan azules, que a veces no me lo creo. A veces me pierdo en la habitación oscura de la frustración y agacho la cabeza y los hombros.
Hasta que llegas, y con ese azul que abarca todo, enciendes la luz del faro, me llevas a casa.
Todas las historias tienen sus luces y sus sombras, sus blancos y sus negros, sus buenos y sus malos...y a partir de ahí, toda la escala de grises que se te pueda ocurrir. Y la que no, también.
Ahí la tienes. Ahí está la mentira. Ahí está la serpiente.
La claridad que se presume en los roles que cada uno juega no puede ser más oscura. Más aun cuando extrapolamos nuestra sensaciones, nuestras experiencias, cuando tratamos de transponer esos papeles y encasillar a quien no ha jugado esa partida sino otra que no tiene por qué tener nada que ver en el papel que le hemos dado a otro en el pasado.
Mal jugado.
Ese movimiento en el tablero está permitido, pero la mayoría de veces no tiene sentido. Arma un escudo inentendible para el compañero, inexplicable para uno mismo. El escepticismo.
"Vale, esta peli ya la he visto, yo también he vivido eso, y por eso, doy por hecho que sé lo que sentiste, que sé lo que viviste, que sé hasta donde llegaste y lo que me cuentas no es del todo cierto. A qué esperas para admitirlo".
Si algo he aprendido en todo este tiempo es en lo mucho que nos equivocamos y autodestruimos por miedo. Miedo a lo que se tiene y a lo que no, miedo a lo vivido y a lo que está por vivir. Miedo a perder el control de nosotros mismos y darnos cuenta de que hemos cedido las riendas.
Ahí están: los mecanismos de defensa del subconsciente.
Y enfrente: tu azul, que lo aclara todo.
Tus juegos; resucitando mi sonrisa adolescente con cada pregunta; tu tacto, descubriendome que existe un escalón por encima del cielo, tus ojos, tirando abajo todos los muros, despertándome a la vida.
Tu abrazo que se ha convertido en mi casa; tu cara, en mi paisaje favorito, y tú en mi única canción favorita. El único prólogo. La única certeza.
Has llegado y te has metido en mi cabeza borrando todo lo anterior. Me siento como ese adolescente hambriento, impaciente y tranquilamente nervioso de los poemas que hacen turismo en su pelo. No recuerdo pasado antes de ti más que las fotos que te dejan algunas películas que no pasan a la Historia.
Siempre defiendo la importancia de dar a cada uno su sitio, su lugar merecido en la memoria; pero contigo necesito volver a cumplirlo todo para que cuente, porque contará si es contigo.
Anoche añadiste otra. Otra coincidencia más a la lista de mis coincidencias favoritas. Una que, sin más esfuerzo que la obviedad pero con la fuerza implacable de la más absoluta de las certezas ilumina mi alma, cierra sin hacer ruido la habitación oscura, derriba el último muro y nos deja estas impresionantes vistas al mar.
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