Dice Tirso de Molina (yo y mi libro de citas) que peca de necio y grosero aquel que
espera a que le pidan que se vaya.
Y yo me pregunto, si no es por defecto también como se peca,
se falla, se jode y se caga.
¿O no es igual de necio o más ese que ni va a la fiesta por
no tentar a la suerte?
A los mecanismos de defensa me refiero. A ser poseídos por
ellos y que al final, por no mostrar lo que somos, la armadura nos tape
por completo y seamos incapaces de dar nada auténtico, o real como tú dices, de nosotros mismos. Hasta es posible que si
teníamos algo de eso lo perdamos, o simplemente lo olvidemos.
Estoy convencida de que cada uno utiliza una terapia
diferente para mantenerse a salvo. Y en estos días también algo de calor, ya,
pero de coleccionar cuerpos como cromos no me apetece hablar, no estoy para
juzgar a nadie, pero si me preguntan, creo que hay cosas más íntimas que
desnudarse, literalmente, y soy más de calidad que de cantidad.
Retomando el tema, pues eso, mantenerse a salvo. Claro.
A estas alturas del partido, todos llevamos cicatrices
tatuadas, y también heridas sin cerrar que aún escuecen cuando absorben el sudor
que dejan los días, los meses y los años que vamos consumiendo y las personas
que nos vamos cruzando. Que conste en acta que no estoy hablando sólo de amor
(esa palabra me chirría mucho últimamente), sino de todo en general y de las distintas
relaciones que mantenemos con los demás en particular. Y todos tenemos nuestros
propios mecanismos de defensa, bien premeditados, bien inconscientes como
actos-reflejos.
A fin de cuentas, y así aprovecho y respondo del todo a una
pregunta mal formulada a la que contesté con media verdad hace tiempo, creo que
para eso, y por eso imponemos protocolos, tanteamos y hacemos opositar a los que
se nos acercan, hiperbolizamos el orgullo y enmascaramos nuestras mierdas bajo
el manido “estoy bien, como siempre”. Pero nadie está bien todo el
tiempo.
Por miedo, o mejor dicho, por fragilidad.
Mucha gente no se permite a sí misma descubrirse porque, y
es cierto, hay demasiado de nosotros en juego.
Sin embargo, me gusta pensar que hay gente capaz de jugársela en este mundo. Que yo misma soy capaz lo sé, pero de vez en cuando hay que tener
cojones y pasar de la teoría a la práctica.
Jugársela, sin tenerlas todas contigo, ir a por el triple que
te haga ganar el partido en el último segundo, en vez de asegurar los dos
puntitos y “aquí no ha pasado nada”.
Y meterla. Y ganar. Vaya sensación más orgásmica.
O no. Pero ganarte a ti y tus mierdas igualmente. Y
aprender, no sólo de la experiencia sino de ti mismo.
Ahí es donde entiendo eso de que las cosas difíciles pueden
ser más satisfactorias, lo de “sentirse
frágil pero irrompible”, en ser capaz de hacer algo más que pasar de puntillas
y asépticamente por el mundo, en mojarse.
Ahí entiendo eso que dicen en mi trilogía favorita sobre que
hay una magia especial en el hecho de intentar comprender a alguien que
comparte algo, y en tratar de compartir ese algo, y que muchas veces no se
consigue, pero que realmente la cuestión está en ser capaz o no de intentarlo.
Por eso me gusta jugármela de vez en cuando, como ahora,
descubriéndome tal como soy, sin la más mínima expectativa de que me entiendas,
pero con alguna esperanza de que tal vez quieras intentar comprenderme.
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