domingo, 29 de diciembre de 2013

Sentada en el rompeolas.



"Me niego al beso que no acaba en abrazo. 
A los polvos que acaban en ceniza y no en magia".



Sé enamoró inmediatamente de ella cuando le dijo que no le convenía. Que tendrá eso de los retos que superlativa el instinto más prehistórico de los hombres. Y encima él va y se lo dice. Hay que ser gilipollas.

Pero ni su arrogancia forzada, ni sus intentos por hacerla creer que conocía las señales, ni siquiera con su acento de Relocos y Recuerdos consiguió erizarle la piel. 

Se cubrió de gloria prometiendo utopías con la segunda copa.
No sé si hay algo peor que la sensación que deja quien no te hace sentir absolutamente nada.

Con el frío de sus manos acabó por apagar la llama que él se empeñaba en encender y lo único que me recuerda hoy que ayer estuve allí es el Zippo que me regaló y una tarjeta de visita.
Adiós, adiós y dos besos protocolariamente perfectos. Porque aquí no hay desde donde saltar.
Ni vértigo, ni altura, ni riesgo, ni ganas.

Me niego a los besos que no acaban en abrazos. En abrazos por la espalda, que son mis preferidos, y venga queempezamosotravez. 

Acabarás  por descubrir, que en el punto convergente de todas mis arterias, donde estaba aquel ceda el paso, hace tiempo ya que hay un prohibido aparcar.

Pero que eso no significa que no sepa o no pueda arder, simplemente, soy muy espontánea en lo que a combustión se refiere.

Y vuelvo aqui, a que compartamos nuestro penúltimo cigarro, y arañarte un poco con mi música.


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